México ensangrentado
Antes y después de Michoacán
Por: Manuel Padilla Muñoz
México está indignado, aterrorizado por los actos narcoterroristas de Morelia, Michoacán y condena: México no será al mismo; habrá un México de antes y otro después de esos cobardes actos, condenables por todos los mexicanos. Después de la noche del 15 de septiembre, México está ensangrentado.
La sociedad mexicana exige pasar del discurso a las acciones para ganar esta guerra; porque, bien lo dijo el presidente Felipe Calderón, es una guerra de los narcotraficantes del crimen organizado y el estado mexicano y sus instituciones.
Hasta ahora, de parte de las autoridades gubernamentales solamente hemos escuchado variados discursos, incluyendo el del presidente de la República, llamando a la unidad a todos los mexicanos.
Pero, ¿a que unidad llama Felipe calderón? ¿Cuál es su concepto de esta acepción? Si es un llamado a la unidad para defender a nuestro estado de derecho, a nuestras instituciones que durante cientos de años hemos creado, para enfrentar una guerra contra los que pretenden destruirlas para apoderarse del país, está bien.
Pero si Felipe Calderón pretende considerar como unidad una obediencia ciega a su gobierno derechista, tocado por la duda de su ilegitimidad, y de paso apagar otras manifestaciones sociales que le son incómodas porque ponen entredicho su legitimización y lo hacen endeble, entonces no.
Si bajo el pretexto de unidad pretende el presidente espurio acabar con manifestaciones como las de Andrés Manuel López Obrador, con un crecimiento cada vez más exponencial de oposición a la reforma energética para que Pemex no sea entregado a los extranjeros ni a los ricos nacionales como usufructuarios, con las cada vez más crecientes manifestaciones y paros de labores de los maestros, agraviados por el maridaje entre Calderón y Elba Esther Gordillo, a evitar otras mega marchas exigiendo fin a la ola de inseguridad y que los políticos cumplan con su función o que mejor renuncien, a que nos olvidemos de los miles de ejecutados por el crimen organizado, a los cientos de secuestros, al caso del jovencito Martí, al caso News Divine, a los descabezados de Yucatán, a la narco fosa del Estado de México y muchos otros que nos causan zozobra e indignación, entonces, ese concepto de unidad es ramplón, mezquino y hasta perverso.
Un llamado a la unidad, muy necesario en estos momentos aciagos, es para el fortalecimiento de nuestras instituciones, no para el presidente o al gobierno panista. Un llamado a la unidad suena muy bonito pero no es para detener a otros movimientos sociales que deben seguir su marcha.
No se vale que el presidente Felipe Calderón y su partido, el PAN, lo mismo que otros partidos y personajes políticos que buscan cargos públicos, utilicen los espacios noticiosos para aprovecharse de los reflectores nacionales. La sociedad acepta unos días de discursos que ya terminaron; ahora exige acciones concretas. Si no, que renuncien.
En los momentos en que explotaron las dos granadas, matando e hiriendo en forma cobarde a personas inocentes, indefensas, en esos momentos las bandas del crimen organizado declararon la guerra al pueblo de México. Sus representantes, las instituciones nacionales y sus gobernantes, deben actuar. Pero ya.
El propio jefe del ejecutivo federal dijo que ya es una guerra. Entonces, desde pocos minutos después de las 11 de la noche del pasado 15 de septiembre, el pueblo de México está en guerra contra las bandas del crimen organizado.
¿Cómo se gana una guerra? Con estrategias, con un buen número de soldados bien adiestrados en batallas, bueno y moderno armamento y dinero, mucho dinero. Las estrategias las planean los generales y México tiene muchos y muy buenos generales. Tiene miles y miles de soldados bien entrenados; tiene o puede comprar modernos armamentos y puede disponer de mucho del presupuesto nacional.
Las bandas del crimen organizado tienen dinero, modernas armas pero sus soldados ---capos y sus familias así como sicarios--- son en menor proporción que nuestro ejército. Tienen a su favor el factor sorpresa que, mediante el terrorismo ---como el caso de Morelia--- demuestran que su fuerza está en la intimidación, la corrupción y la impunidad. Son cuatro o seis bandas criminales y sus sicarios no sobrepasan los 50 mil. Si ya se sabe esto, ¿porque no se erradican algunos factores como la corrupción y la consiguiente impunidad? ¿Por qué los gobernantes no quieren o por qué no pueden?
Por la televisión vimos el desfile militar de la Ciudad de México el 16 de septiembre. Orgullosos de nuestro ejército, la institución más prestigiada, nos dimos cuenta de los miles de soldados mexicanos, con moderno armamento, aviones nilitares de todos tipos sobrevolaron el aire metropolitano, helicópteros artillados, tanques y tanquetas. Muchos generales y oficiales y todo lo necesario para ganar una guerra.
El crimen organizado cuenta ---debemos reconocerlo--- con modernas armas, aunque no tantas como nuestro ejército, menos dinero que el gobierno federal y menos estrategas de batallas. ¿Cuántos sicarios podrán tener los delincuentes? Cincuenta mil, cien mil, se me hacen muchos.
Todas las ventajas aparentes están de parte de nuestro ejército. Entonces, ¿por qué no gana esta guerra que podría hacerlo en unos cuantos días? Uno de los grandes misterios.
Una interrogante importe es determinar si el narcotráfico en México tienen bases sociales. ¿Cuántas personas y sus familias viven de la economía informal del narco? ¿Habrá investigado esto el gobierno federal?
Ya no existe como motivo la disputa del territorio entre las bandas rivales; han llegado al terrorismo y todo indica que el gobierno federal no está preparado para este tipo de combate. La autoridad debe implementar un cambio dramático: deben pasar del discurso a la acción. La noche del 15 de septiembre en Morelia, los mexicanos vimos lo que nunca habíamos visto ---al menos de lo que tengo memoria---; se llegó a un punto crítico de rompimiento con este acto terrorista; o hacemos algo o nos vamos a arrepentir.
Porque, repito, la fuerza del narcoterrorismo está en la intimidación, en la corrupción y la impunidad.
Antes y después de Michoacán
Por: Manuel Padilla Muñoz
México está indignado, aterrorizado por los actos narcoterroristas de Morelia, Michoacán y condena: México no será al mismo; habrá un México de antes y otro después de esos cobardes actos, condenables por todos los mexicanos. Después de la noche del 15 de septiembre, México está ensangrentado.
La sociedad mexicana exige pasar del discurso a las acciones para ganar esta guerra; porque, bien lo dijo el presidente Felipe Calderón, es una guerra de los narcotraficantes del crimen organizado y el estado mexicano y sus instituciones.
Hasta ahora, de parte de las autoridades gubernamentales solamente hemos escuchado variados discursos, incluyendo el del presidente de la República, llamando a la unidad a todos los mexicanos.
Pero, ¿a que unidad llama Felipe calderón? ¿Cuál es su concepto de esta acepción? Si es un llamado a la unidad para defender a nuestro estado de derecho, a nuestras instituciones que durante cientos de años hemos creado, para enfrentar una guerra contra los que pretenden destruirlas para apoderarse del país, está bien.
Pero si Felipe Calderón pretende considerar como unidad una obediencia ciega a su gobierno derechista, tocado por la duda de su ilegitimidad, y de paso apagar otras manifestaciones sociales que le son incómodas porque ponen entredicho su legitimización y lo hacen endeble, entonces no.
Si bajo el pretexto de unidad pretende el presidente espurio acabar con manifestaciones como las de Andrés Manuel López Obrador, con un crecimiento cada vez más exponencial de oposición a la reforma energética para que Pemex no sea entregado a los extranjeros ni a los ricos nacionales como usufructuarios, con las cada vez más crecientes manifestaciones y paros de labores de los maestros, agraviados por el maridaje entre Calderón y Elba Esther Gordillo, a evitar otras mega marchas exigiendo fin a la ola de inseguridad y que los políticos cumplan con su función o que mejor renuncien, a que nos olvidemos de los miles de ejecutados por el crimen organizado, a los cientos de secuestros, al caso del jovencito Martí, al caso News Divine, a los descabezados de Yucatán, a la narco fosa del Estado de México y muchos otros que nos causan zozobra e indignación, entonces, ese concepto de unidad es ramplón, mezquino y hasta perverso.
Un llamado a la unidad, muy necesario en estos momentos aciagos, es para el fortalecimiento de nuestras instituciones, no para el presidente o al gobierno panista. Un llamado a la unidad suena muy bonito pero no es para detener a otros movimientos sociales que deben seguir su marcha.
No se vale que el presidente Felipe Calderón y su partido, el PAN, lo mismo que otros partidos y personajes políticos que buscan cargos públicos, utilicen los espacios noticiosos para aprovecharse de los reflectores nacionales. La sociedad acepta unos días de discursos que ya terminaron; ahora exige acciones concretas. Si no, que renuncien.
En los momentos en que explotaron las dos granadas, matando e hiriendo en forma cobarde a personas inocentes, indefensas, en esos momentos las bandas del crimen organizado declararon la guerra al pueblo de México. Sus representantes, las instituciones nacionales y sus gobernantes, deben actuar. Pero ya.
El propio jefe del ejecutivo federal dijo que ya es una guerra. Entonces, desde pocos minutos después de las 11 de la noche del pasado 15 de septiembre, el pueblo de México está en guerra contra las bandas del crimen organizado.
¿Cómo se gana una guerra? Con estrategias, con un buen número de soldados bien adiestrados en batallas, bueno y moderno armamento y dinero, mucho dinero. Las estrategias las planean los generales y México tiene muchos y muy buenos generales. Tiene miles y miles de soldados bien entrenados; tiene o puede comprar modernos armamentos y puede disponer de mucho del presupuesto nacional.
Las bandas del crimen organizado tienen dinero, modernas armas pero sus soldados ---capos y sus familias así como sicarios--- son en menor proporción que nuestro ejército. Tienen a su favor el factor sorpresa que, mediante el terrorismo ---como el caso de Morelia--- demuestran que su fuerza está en la intimidación, la corrupción y la impunidad. Son cuatro o seis bandas criminales y sus sicarios no sobrepasan los 50 mil. Si ya se sabe esto, ¿porque no se erradican algunos factores como la corrupción y la consiguiente impunidad? ¿Por qué los gobernantes no quieren o por qué no pueden?
Por la televisión vimos el desfile militar de la Ciudad de México el 16 de septiembre. Orgullosos de nuestro ejército, la institución más prestigiada, nos dimos cuenta de los miles de soldados mexicanos, con moderno armamento, aviones nilitares de todos tipos sobrevolaron el aire metropolitano, helicópteros artillados, tanques y tanquetas. Muchos generales y oficiales y todo lo necesario para ganar una guerra.
El crimen organizado cuenta ---debemos reconocerlo--- con modernas armas, aunque no tantas como nuestro ejército, menos dinero que el gobierno federal y menos estrategas de batallas. ¿Cuántos sicarios podrán tener los delincuentes? Cincuenta mil, cien mil, se me hacen muchos.
Todas las ventajas aparentes están de parte de nuestro ejército. Entonces, ¿por qué no gana esta guerra que podría hacerlo en unos cuantos días? Uno de los grandes misterios.
Una interrogante importe es determinar si el narcotráfico en México tienen bases sociales. ¿Cuántas personas y sus familias viven de la economía informal del narco? ¿Habrá investigado esto el gobierno federal?
Ya no existe como motivo la disputa del territorio entre las bandas rivales; han llegado al terrorismo y todo indica que el gobierno federal no está preparado para este tipo de combate. La autoridad debe implementar un cambio dramático: deben pasar del discurso a la acción. La noche del 15 de septiembre en Morelia, los mexicanos vimos lo que nunca habíamos visto ---al menos de lo que tengo memoria---; se llegó a un punto crítico de rompimiento con este acto terrorista; o hacemos algo o nos vamos a arrepentir.
Porque, repito, la fuerza del narcoterrorismo está en la intimidación, en la corrupción y la impunidad.
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